Me llamo Alicia Maristán, tengo un hijo y practico gracias a un compañero de trabajo, Héctor Rodríguez, que me transmitió la Ley hace más de veinte años.
En ese entonces, vivía en Montevideo y estaba sufriendo una enfermedad diagnosticada como crónica. Padecía anemia severa y había perdido peso considerablemente. Mi hijo era chico, mi situación muy difícil; vivía con mi madre, mi hermana y mi sobrino chico. Tenía mucha responsabilidad familiar, me sentía muy débil y trabajaba cuando podía y me lo permitían los médicos.
Así comencé a repetir Nam-myoho-renge-kyo, sin saber bien lo que significaba. Sólo quería mejorar por mi hijo.
Cuando conocí a la señora Emiko Tanaka, que era responsable de la División Femenina en ese tiempo, me sentí tremendamente apoyada y comencé a participar de las reuniones. Yo vivía cerca del centro cultural. Salía de trabajar y luego hacía actividades y daimoku allí. Cuando se me hacía tarde, el matrimonio Tanaka me alcanzaba hasta casa. Todos, todos, sin excepción, siempre apoyando y dando respuestas a todas mis inquietudes. Fui rápidamente integrada y recibí Gohonzon.
Me desafié en el daimoku y gongyo. Todos los días me levantaba a las cinco de la mañana. No fue nada fácil mi desafío, pero al cabo de un tiempo…superé lo grave de mi salud. Los médicos me felicitaban por la mejoría que daban mis estudios. A pesar de ser una enfermedad crónica, llevo una vida normal. Esto fue el resultado de mi daimoku, ¡mi victoria!
Logré una familia en armonía, porque cuando surgían obstáculos, siempre pedía orientación y oraba con mucha y sincera fe. Fui viendo crecer a mi hijo, yo trabajando con salud; así viví varios años. Pero un día, mi madre partió. Me tuve que enfrentar a una pareja que se interponía a mi práctica. Toda esta lamentable situación lesionó mi práctica. Y me adormecí. Mis sentimientos no cambiaron, pero mi situación era muy confusa y dejé de practicar. Hoy agradezco la comprensión que tuvieron conmigo. Me arrepiento muchísimo de haber aflojado en mi práctica.
Pero lo más importante es que hoy, que llevo unos años jubilada y que estoy viviendo en Atlántida, estoy decidida a entonar Nam-myoho-renge-kyo, habiendo retomado mi práctica ya hace unos años. Siempre tendré un agradecimiento al matrimonio Charquero, Sylvia y José, que me apoyaron mucho incondicionalmente para incorporarme nuevamente a las actividades. Y a Cristina, Arlette y Minoru, que despertaron a mi querido Gohonzon, que estaba dormido en mi corazón. ¡Gracias, gracias, gracias!
Hoy realizamos reuniones en mi casa. ¡Cuento con compañeros excelentes de lucha, siempre presentes con fuertes determinaciones para el crecimiento y el kosen-rufu de nuestra zona! ¡Atlántida! Y dispuestos a apoyar a quien más necesite, porque si algo aprendí es que no existe la felicidad de uno sin la felicidad de los demás. Gracias Sensei por su ejemplo de vida.
Alicia Maristán
En esta oportunidad, queremos compartir la historia de Laura Da Rosa y Juan Arias, quienes estuvieron juntos durante cuarenta y cinco años y construyeron una familia y una vida maravillosa. Infelizmente, Juan partió a fines de mayo del año pasado, después de luchar contra el cáncer por muchos años, pero dejó un legado no sólo a sus familiares y amigos, sino en cada una de las personas que alentó, aún él combatiendo contra el sufrimiento de la enfermedad. Laura compartió sus experiencias a través de un video, que fue emitido en el Encuentro Nacional de la División de Señores, y que trascribimos para compartirlo.
«En primera instancia, muchas gracias a los señores, por haber estado siempre. La verdad es que fue una lucha de parte de él muy profunda y, ante todo, siempre se veía en su actuar la misión que él tenía. Para él era algo muy importante una reunión, una visita o una actividad; eso estaba antes que cualquier otra cosa.
En Juan yo vi, y él me trasmitió, el verdadero sentido de no escatimar la vida, ante la misión por el kosen-rufu. Si bien él hacía ocho años que venía luchando con esta enfermedad, hubieron unos cuantos años que estuvo bastante bien. Pero en octubre del año pasado [2019], cuando tuvo esa recaída y su estado de salud era muy delicado, fue en ese momento que él dijo “ahora sí tenemos que hablar, porque yo tengo una misión y tengo que estar siempre firme para esa misión”. Le costó, porque esos primeros días antes de empezar a tomar una medicación, él venía acá, a la habitación donde tenemos el butsudan […], no podía estar sentado y se apoyaba en la silla, y hacia el daimoku todos los días, en la mañana y en la noche. Yo le decía “espera un poquito”, y él decía “no, voy a empezar el día, y al empezar el día hay que hacer [daimoku] y al final del día también, hay que agradecer”.
Siempre tuvo una postura muy firme, incluso al entablar esa conversación, cuando me dijo que le parecía que estaba llegando el momento, que su misión había sido hasta ese momento y que notaba sí que había preparado a una serie de señores, habiéndoles transmitido lo que era la misión.
Él siempre me decía lo que era la misión, que al haber entrado en la organización y llegar a comprender lo que era realmente la relación maestro-discípulo, ahí uno se daba cuenta de la misión que tenía, en cada lugar; y no era necesario estar en el país más activo, sino que la actividad tenía que hacerse donde realmente a cada uno de los señores le había tocado […]
Así fueron pasando los meses, y en marzo, que tuvimos que quedarnos adentro debido a la pandemia, él decía que bueno, tendría que terminar su misión de esa manera. Y él no fallaba. Ya después, cuando no podía hablar mucho, me escribía que aunque sea en su mente, él hacía daimoku. Me escribía: “empiezo el daimoku”; nos sentábamos y como yo sí podía hacía daimoku y él miraba el Gohonzon, como realmente atrapándolo hacia él.
En esa conversación que tuvimos, hablamos de que ya habíamos cumplido cierta etapa de la misión juntos, de que él había tratado - más allá de que él sabía qué clase de señora era yo en la organización- de apoyarme siempre, y de trasmitir un poco de lo que él había obtenido ante todo esto. Estuvimos hasta último momento haciendo daimoku. Yo me daba cuenta de que él estaba presente; me sentaba al costado de su cama y hacía el daimoku, en los momentos que había que hacerlo y más todavía, y hasta dos días antes de fallecer siempre apretaba mi mano. Pero él me escribió, en un momento, que yo estuviese tranquila que él no iba a demorar mucho en volver, y sé que es así. Él sabía que iba a hacer un descanso, al Pico del Águila, y que iba a volver […] Lo viví con mucha tranquilidad, porque él nos trasmitía esa tranquilidad, a mí, a sus hijos, y se fue tranquilo, de que realmente había dejado mucho en cada uno de nosotros y en cada uno de sus compañeros y de todos los miembros que lo supieron tratar.
Yo, como señora, como esposa, después de todo lo que pasé, qué les puedo decir a los señores: que aquel que tiene una compañera, que esté siempre junto a ella. Y si esa compañera es practicante también, porque no hay nada más maravilloso que ir juntos por la misma senda. La práctica nos da toda la fortaleza para afrontar todo lo que se nos presenta. Y decirles que él y yo estamos muy agradecidos a todos ustedes, así que gracias, nuevamente gracias».
Laura Da Rosa
Hola a todos. Soy Lilian Larrosa de la DF Canelones. Gracias por poder compartir mi experiencia de fe con ustedes.
Ya de pequeña, tuve contacto con el sufrimiento. Mi madre tuvo un accidente de tránsito cuando yo contaba con 5 años, accidente que le dejó graves secuelas. Todo se transformó, y lo que era antes un tranquilo hogar fue realmente un caos. A causa del sufrimiento de mi madre, mi padre sentía que no sabía cómo resolverlo y se volvió alcohólico. Tempranamente, mi hermano y yo nos hicimos cargo de nuestros padres.
Conocí la Ley a los 17 años, pero no practiqué. A pesar de mis sufrimientos y de la situación que me rodeaba, recuerdo que me resultaba extraño el hecho de repetir algo que no entendía.
A causa de su alcoholismo, la enfermedad de mi padre se agravó, y fue el periodo más duro, con varias internaciones. Había nacido mi hija mayor, Tania, y yo había perdido el trabajo. Mi estado de vida era realmente de infierno. Me encontraba realmente en un callejón sin salida, y en ese momento comencé a invocar la Ley. Recuerdo hasta el día de hoy cómo cantando daimoku en mi cuarto, frente a la pared, sentí por primera vez en mi vida cómo surgía en mi corazón un sentimiento de esperanza y energía. Era como si el sol naciera en mi corazón.
Así, recibí Gohonzon en diciembre de 1984 y, a partir de allí, comenzó mi revolución. Por supuesto que seguían los mismos problemas, pero ahora yo basaba mi día en la práctica. Enormes desafíos; mi padre tuvo muchos intentos de autoeliminación, y orando para que no fuera ese su fin, que comprendiera el tesoro de su vida, logré que en sus últimos años hiciera daimoku conmigo. Yo misma enfrentaba mi propia oscuridad fundamental, que se apodera de mí en forma de tristeza y duda, a nivel de sentimiento. Creo que visualizar ese estado de profundo sufrimiento es uno de los beneficios más importantes de mi práctica, ya que al poder "observar mi propia vida" conseguía atacar directamente esa oscuridad. Eran años muy duros; mi práctica se asemejaba más a "una montaña rusa", y realmente fue invaluable la ayuda de mis compañeros de USGI. Ellos me enseñaron el valor de la visita, del diálogo, de buscar la causa del sufrimiento para enfrentar y transformar.
En 2017, pude realizar el curso de primavera en Japón para agradecer los innumerables beneficios conseguidos con la práctica, y allí renové mi Juramento. Ese encuentro con los compañeros del mundo de SGI merece una experiencia aparte; por favor vivan esa experiencia, es un tesoro del corazón realmente.
Hoy me encuentro luchando junto a mis compañeros de Canelones, sinceramente orando y activando junto a ellos para hacer realidad el deseo del Buda de que todas las personas puedan conocer la felicidad que yo logré y logro cada día en mi vida gracias a la práctica de Nam-myoho-renge-kyo. ¡¡Muchas gracias USGI!! ¡¡Muchas gracias Sensei!! 💝
Lilian Larrosa
Hola a todos, soy Mónica Rodríguez, vice responsable de la División Femenina de Canelones.
Quisiera compartir algo de lo que ha sido la práctica en mi vida, sobretodo en estos últimos tiempos. La pandemia me ha hecho reflexionar mucho acerca de mis vínculos más cercanos; este tema de aislarnos con nuestra burbuja supongo que, a la mayoría, nos ha movilizado bastante.
De niña crecí en una familia de padres separados, donde mis referentes fueron también mis abuelos, tíos, padres de amigos. Recuerdo pasar horas jugando con mi hermana a “las madres”. Hablábamos de nuestros esposos e hijos, soñando siempre con ese vínculo familiar, y unidos todos. Pasaron más de cuarenta años de esos días de juego.
Nunca imaginé que crecer iba a doler tanto, sobretodo la adolescencia, etapa en la que mi madre se fue del país, y épocas en que las cartas se escribían a mano y se enviaban por avión para que llegaran más rápido; cuando para recibir una llamada telefónica había que ir a la casa de un buen vecino. Demoré cerca de dieciocho años para visitar el lugar que ella había elegido para vivir, muy lejos de nosotras. Casualmente, el país donde por primera vez escuché y entoné daimoku, y que marcó mi vida para siempre, pero de una manera que ni en mis juegos lo hubiera soñado. Hacía poco tiempo que había salido de una relación complicada, había dejado mis estudios en la Facultad de Arquitectura, y me encontraba con casi 30 años a la deriva y bastante perdida.
Abracé la Ley de forma inmediata, al igual que mi hermana; encontrando las respuestas a tantas y tantas preguntas que me hacía. Lo recuerdo y me parece una novela.
Luego de ese momento, pasaron un montón de otras experiencias: me casé, retomé la Facultad, nos compramos un auto, aprendí a manejar, tuve dos hijos (que nacieron el mismo día con diferencia de cuatro años), nos compramos la casa, me recibí, mejoré a nivel laboral y salarial. Por supuesto que fácil no fue; hubieron crisis de todo tipo, pero en todo momento sentía que yo tenía las riendas de mi vida. Nunca dudé, nunca dejé de tener fe.
Hoy me encuentro “jugando” este rol de ser mamá de adolescentes, Agustina de 16 años y Federico de 12; y compañera de ruta de Luis, mi esposo, con el que hemos tenido un montón de desacuerdos, pero por suerte hoy celebramos haber puesto siempre por delante la unión de la familia. Me siento orgullosa de las personitas que veo crecer día a día, con sus valores, con sus juicios y opiniones, y que se acercan cuando necesitan un consejo, ayuda con una tarea o simplemente ser escuchados. Ellos me han apoyado siempre en cada una de las actividades de Gakkai, a veces acompañando, a veces escuchando la preparación de un tema o simplemente compartiendo mi sueño de viajar a Japón, que iba a hacer el año pasado y se suspendió por la pandemia.
A veces me cuesta recordar aquellos momentos tristes, y no cambiaría nada porque todo me trajo a este presente.
Hace pocos días, en uno de los seminarios para shakubuku que estamos dando junto a los responsables de Canelones, hablamos acerca del karma y quisiera destacar unas líneas: “creer en la Ley Mística o enseñanza correcta, practicarla correctamente, protegerla, mantenerla y enseñarla a muchas personas (…) De este modo podemos cambiar de inmediato la dirección de nuestras vidas, de estar sujetos al sufrimiento, a la de incrementar el poder y la alegría derivados de la Ley de la vida”.
Puedo decirles que he comprobado el poder ilimitado de esta maravillosa Ley en mi propia vida, y oro para que muchas personas puedan también comprobar su poder.
Para terminar, agradecer a todos los que me han acompañado desde el inicio, a mis queridos compañeros de Canelones, y a nuestro querido maestro Daisaku Ikeda.
Mónica Rodríguez
Tel:(+598) 2487-1256
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